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El viento era fuerte, la marea estaba alta.
Y aun así ella esperaba en el puente a que él regresara.
Un niño sin pelota, una niña sin nombre y una nota.
Palabras medio borradas, los bordes gastados por el tiempo y por las lágrimas.
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La cristalera observaba el volar de los días, y consideraba que el cielo no era más que un reflejo de su alma. De esta forma, al pasar las nubes, intentaba averiguar su grado de oscuridad para así hacer cambiar sus cristales de tonalidad. Esto hacía que el reflejo del cielo en sus cristales tardará unos segundos más de lo normal en reflejarse. Por eso, los paseantes de la ciudad consideraban que los cristales del castillo eran un misterio.
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Preguntas tengo muchas. Respuestas, más bien pocas.
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La reina de las acciones correctas
en los momentos menos indicados.
La reina del Carpe Diem
En los momentos en los que el futuro pende de un hilo.
La reina de las partidas de ajedrez ganadas
en un tablero de parchís.
La reina de los últimos que serán los primeros
Cuando lo más importante es correr más que el viento.
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Me gusta pasear por la playa, por eso todos los días me acerco a observar el amanecer. En ese momento te sientes la persona más pequeña del mundo y la inmensidad del océano te aplasta, dejándote sin respiración.
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Era una ciudad fría y oscura. Las sombras de las casas se reflejaban en la montaña, aquella que por las noches se tornaba completamente negra y en la que nadie con dos dedos de frente se atrevía a adentrarse...
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8 de diciembre del año 2015. 19:00
―La única manera de encontrase a uno mismo es viajar ―dije. ―Irse lejos, conocer otras culturas y alejarse de casa. Vivir aventuras sin tener nada a lo que aferrarse, sin cinturón de seguridad o chaleco salvavidas que te saque de las piedras que puedan aparecer en el camino. Todos tenemos que hundirnos para encontrarnos a nosotros mismos. Como un Titanic que se hunde, y resurge de las profundidades. Al menos, desde mi punto de vista, esa es la mejor opción.