Y por fin llegó la noche.
La noche de las hogueras, de las calabazas de colores, y de las calaveras.
La noche en la que regresaría a casa.
Para siempre,
Después de veinte años…
Después de una eternidad sin veros.
Sin tocaros.
Sin oleros.
Y, por fin, había llegado.
Y ahí estabais.
En la mesa de siempre.
Al lado de la estufa
y con la cara ya colorada.
Seguro que ibais por el cuarto,
o el quinto vino.
Suspiré.
Feliz.
Tranquilo.
Por primera vez en mucho tiempo.
Sin preocupaciones.
Sin expectativas.
Decidí acercarme.
Y cuando me encontraba a dos mesas de distancia
Te vi.
Te giraste para decirle algo a Layla.
Mi hermana, mi mejor amiga.
Y el calor de la hoguera
Iluminó tus grandes ojos oscuros.
Y su fuego y su pasión
Se vieron reflejados en tu mirada,
Risueña y segura.
Siempre pensativa.
Siempre en calma.
Tal y como la recordaba.
Me querías. Lo recuerdo.
Hace veinte años ya.
Cuando me separé de tu hermana.
Cuando decidí dejar esta vida
y unirme a la armada.
Y aquí estoy. Otra vez.
De nuevo en casa.
Tras la muerte de tu hermana pensé que nunca volvería a sentir nada,
Y ahora te miro…
Y mi corazón estalla.
El cáncer se lo lleva todo y no entiende de plegarías.
¿Y cómo te digo ahora que sin ti yo no soy nada?
Brindemos pues: ¡por el vino y las calabazas!
Porque la esperanza nunca se pierde.
Y ahora que estoy en casa,
Volaré como me dé la gana.